lunes, 3 de junio de 2013

Carlos Santibáñez Andonegui

LA POESÍA ES IMPLACABLE
 

(Notas) el domingo, 2 de junio de 2013 a la(s) 22:02


 
Antes de la Danza, libro colectivo de poesía, por: Refugio Pereida, José Falconi, Rodrigo Falconi Vizcarra y Mario Dux. Diseño de portada: Javier Muñoz Nájera. Diseño de Interiores: Carlos Adampol Galindo Rodríguez. Editorial Praxis, www.editorialpraxis.com, Reseña de: Carlos Santibáñez Andonegui, 2/06/13.

 

La lectura de este libro me ha vuelto a evidenciar que la poesía es implacable. Se da aunque no quieras. Como alguna vez nos dijo Arreola en su taller de creación literaria, se da a pesar de, y no únicamente gracias a. El libro pone de manifiesto la pertinencia de otra noción que las generaciones siguientes recogerán tal vez como aforismo: no se puede seguir sosteniendo la vanidad de un arte individual, pero esto hay que entenderlo en sus términos. No significa que todo sea de todos, ni mucho menos que el más audaz como ha sucedido en otras áreas de nuestra literatura, pueda lanzar “campanas a vuelo” y entrar a saco por donde más le plazca para venderlo como suyo, alzarse “con el santo y la limosna” y cobrar él las regalías, los premios indebidamente dispensados, o burlarse en apariencia del mundo que lo más que podrá es quitarle una chamba cultural de encima a modo de castigo, o apelar al derecho de autor un equis porcentaje de ciertas regalías, por eso, más que internar al alumno en el derecho de autor, deberíamos internarle en el deseo de convertirse en un autor con derecho, es decir, con derecho a utilizar lo que han escrito otros en la manera en que la ley y el orden lo permiten, y la creación lo aconseja, y así servirse de los tesoros que la literatura ha puesto en nuestras manos, en vez de robárselos, conservando siempre con emoción y orgullo el de quién son las cosas, tal como nos lo enseña este libro colectivo que hoy comentamos: Antes de la Danza, un acierto de Editorial Praxis. Hay en estos cuatro autores un denominador común, el de invitar válidamente a tal o cual verso, noción, o joya poética para crearle un tejido, un bordado, a modo de homenaje, reconociendo siempre, y siempre con orgullo, de quién es el verso citado, cuál es el autor homenajeado. La buena poesía educa, enseña siempre. En este caso los cuatro autores responden a una dinámica de la poesía contemporánea, que es la necesidad de aprovechar y hacer lucir lo ya existente, sin dejar de decir de quién son las cosas, sin esconder la llave del juego, sino jugando cartas abiertas hasta integrar lo otro en un guiso propio, en una verdadera solución de continuidad, generando textos que saben ser parientes de otros textos más allá de la vanidad del arte individual. Todos con un acuse de intensidad que, si me lo permiten y por conocer de décadas atrás la voz que en ellos resuena con mayor fuerza, arriesgaré se debe al mérito integrador de José Falconi. Poemas que brillan con luz propia, sí, pero más de un conocedor estará en su derecho de pensar que Falconi como ocurre con los verdaderos maestros, les habrá dado a beber algo muy suyo, y muy de Chiapas, que cada quien expresa en forma auténtica, y para muestra baste un botón que nos ofrece Refugio Pereida (Ozumbilla, Estado de México): “A todos los nuevos árboles,/ a todos los viejos caminos/ se los digo:/ Su sangre es el sonido acelerado de un violín/ que hace bailar a la linfa del crepúsculo/ y a su criatura consentida, que soy yo”. La poeta Refugio Pereida, Diplomanda en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México, sabe que el ser humano está hecho de una amalgama que pasa por la lluvia que enjuaga la luna entre los charcos. Que lo acompaña el canto de las chicharras roncas de tanto anunciar el principio, y es la dulzura emanada de flores de mango quien, orgullosamente le da la bienvenida.  Poeta de travesías, internas y externas, herida de horizonte y sus navajas de luz,  nombra, repercute, gotea: “¿Dónde estamos?”, se pregunta el oleaje”… Para quien obtuviera el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo a fines del milenio con el poemario Silencio, vivir es “escuchar a los demás/ porque hay que escuchar el corazón del universo”,  y el que busca qué hacer con su fe puede salvarla repitiendo con ella “Hice de cuenta que era un viajante/ aprendiendo a hacer collares de hojas secas”. Las ilusiones del significado son nudos de azúcar, pues “De un forma o de otra están muriendo las flores,/ está muriendo el hombre,/ muñeco de madera frente al fuego”. Cada uno pierde, todos salimos perdiendo, como decía José Francisco Zapata, “cuando una anciana pide limosna”.

Teniendo claro el conflicto social, no se requiere etiquetarse de comunista o socialista, sino sencillamente, ser poeta, y desde ahí escuchar aquel zumbido de gloria que la nostalgia tiene: “Antes de la danza… éramos habitantes de una ciudad perecedera/ donde un niño compraba con monedas de chocolate/ un poco de distracción/ y dejaba que pasara el viento entre sus manos… Éramos apenas semillas caídas de un costal roto transportado/ por Esperanza,/ esa joven que murió/ dejando cientos de herederos desconcertados”.  Cosas son de poesía, de manos que la muelen y registran su suave paradoja. Cosas de comprender, como Colton, que ‘la esperanza es un joven y pródigo heredero/ y la experiencia, su banquero”. Para Refugio Pereida, quien publicó De noche, una calle (2002) o Palabra sucia (1988), la tortuga del arenal representa la danza bajo el sol, entusiasmo viajero, viento marino que al fin, “como arrecife de coral, lentamente, floreció”.

 

Mario Dux (Ciudad de México, 1971) ha publicado, entre otros títulos, 29 poemas de un noviembre que se rompió. No va por la metáfora fácil sino por el coraje con que habla entre los pies un feto dolorido. En su mundo sin sol a veces submundo, desarrolla a cabalidad la relación entre poesía y tragedia y la despeja en su propio cuarto, a punto de dormirse, ya contando los pasos de ese maniaco depresivo que se recuesta a desconectar el día: “Es una pincelada de gris”.

Desde el punto de vista psicológico, es una situación compleja, que reviste abscisas y ordenadas antes de resolverse en trazo puro, que el poeta arroja al titular su poemario: “Cartas al mapa de tus piernas”, pero en su búsqueda va más allá, se lanza al vacío sin temerle al clavado. Le cae el alfabeto en la suela del zapato, narra un amor que ciñe, a querer o no, a las limitaciones impuestas por el óxido y la contaminación. Un amor que no se va a salvar. Por la psicología sabemos que esto sucede cuando los amantes ya han sido tocados de tal modo por esos inconvenientes que es imposible redimirlos. Dentro de esa suerte de amor, llega un momento en que no se sabe cuál de los dos está más metido en el deterioro, o si el hecho mismo de no desanimarse y mantener la pareja en condiciones de deterioro, continúa siendo una virtud, o una forma incluso mediocre de deteriorarse más todavía. Él -aunque no es excusa- era conciente del complemento que quien ama puede brindar a la persona amada que es dependiente, y a partir de ese grado cero de la lujuria arranca, con la intención de hacer bien: “Aprisióname entre tus muslos… hay que taladrar la materia roja del desamor con los dedos, con los codos y si es posible anudar nuestra garganta al olor de tu sexo y ser un país sin fronteras, un perfume dulce que pinte el sitio donde pisas”. El erotismo de antes del pantano y que él percibe después como suele pasar en relaciones destructivas, es convincente, certero: “este ansioso dedo que señala tu pezón e imprime su huella dactilar con el anuncio del reposo de mi amor. Tus brazos cuelgan hasta el suelo. Tu respirar construye, con sus codos, una caricia”. Este erotismo se respira, sí, por él mismo hubiera sido capaz de salvar, de construir algo alrededor de algo: “El fatigado movimiento de tu mirar colorea mi alrededor, mi paisaje interno, mi alboroto”.

 

Mas la psicología hace su parte. Ayudémosla a ayudarnos, poetas, mostrándole a ella misma lo que quiere olvidar –ya que olvidamos lo que queremos olvidar- que son los por qués de las conductas, de los comportamientos erróneos, para cambiarlos. También un poema sirve para ejemplificar lo que pasa cuando entran en juego otros mecanismos. Así como para robar a una persona, no hay nada mejor o que lo facilite tanto, que despreciarla, (por eso muchos ladrones no se animan a cometer el robo si no es con improperios, como si uno fuera tan malo como ellos lo requieren para robarle a uno), así también uno se justifica de andar en malos pasos, devaluando tal vez al ser amado. A veces, como me sucedió hace algún tiempo con un poema que me mandó a revisión un jovencito, atacaba tan duro a su pareja que tuve que faltarle al respeto a la poesía y decirle: un momento, son dos partes, tendría que oír a la contraparte. Todo esto queda fuera de la poesía, es tiempo extra se los repongo a la salida, pero es parte del deterioro en que vivimos, hay verdades que sólo pueden reconstruirse entre dos, del modo que lo dice el refrán, “el tango se baila entre dos”.

 

Y claro, poetas al fin, nuestro destino es de palabras diluyéndose hasta cuando “hay neblina en la acera. El motín de costras que lleva el alma se coloca un abrigo de esperanza”, y el poeta comparte: “He mantenido la soledad hasta el crepúsculo y se viene encima el enojo, el bombardeo de ayer… ¡Está que arde la tristeza!”

 

La poesía no exige roles. Mal haya quien la confunda con la pulcritud. Sigue un mínimum ético de honestidad pero no de uñas limpias, nunca prestará obediencia a un comportamiento típico donde la sociedad englobe honestidad tramposa o falso decoro. La poesía se alimenta de todo, hasta del vómito. Dentro del ser que la padece, corta cristal de roca hasta vencer, o morir. Es todo o nada, pero si la poesía gana, como se gana en la ruleta rusa, hemos de hacer bolita alrededor del poeta para arroparle: “El tiempo se presenta cubierto de avispas”. “Te veo en los retrasos de la memoria. Las manecillas del reloj anuncian el hueco que se abre en el instante que me revelo en la forma gris de los días. En una lata de aluminio se reflejan mis ojos y caigo en la cuenta. Hay filo en la forma que te recuerdo”.

 

Un poco en la contraparte de esta sensación, en su “Camino en un solo sentido”, Rodrigo Falconi Vizcarra aporta al conjunto su solución de humor, su delicada ironía a lo Camus en El extranjero, cuando comenta cómo se enamoró en 4 golpes: conocer a la amada, fue un golpe; otro fue, estar cada vez más tiempo con ella, otro, dejarla entrar en todos los aspectos de tu vida, y uno más, el estarse enamorando, son “cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia”.

 

Profesor del literatura, (Tuxtla Gutiérrez, 1980), Rodrigo Falconi Vizcarra es un poeta a tiempo de emprender caminos de exploración por la poesía, no es el destino asumido por fatalidad, sino todavía el juego, la travesura, lo lúdico, que por ejemplo al confrontarse con la forma de soneto, nos permite preguntarle en confianza por qué, dentro de ese camino de retórica y ejercicio poético, salta el segundo verso en “Historia de dos”: “nada tan maravilloso ni tierno”, e inmediatamente le recetamos, como perro viejo: “ni tan maravilloso, ni tan tierno”. Su poema “Despídete”, encierra un acierto que condensa de pronto algo de aquel sentido terrible, fáctico, que emana de las últimas páginas del Retrato del artista adolescente de Joyce. Pero si allá hay algo que al final desconcierta, acá el algo desconcertante para mi gusto no alcanza el valor poético que promete, porque la despedida se complica en el desenlace del texto, en que el autor todo lo que está haciendo es sacar de una cajita de madera un sobrante de marihuana. Pareciera que siempre no se va, sino se trata de una sensación recurrente que le sobreviene cada vez que la usa, pero no se va, y por eso dice al final: “Aunque no te vayas,/ siempre ten listo el adiós”, esto es, dejar la ironía en casa de empeños. Pero nadie le quitará su sentirse azul en el “Blues del dolor”, su develar a la mitad del sueño el misterioso ser de la familia: “Mi hermana imprevista./ Mi hija imposible./ Mi amor por divino decreto”.

 

Finalmente, tenemos a José Falconi, aunque él se pone en segundo lugar a la manera que a Alfred Hithcok le gustaba salir en sus películas, pero sabemos que es el celebrado poeta (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1953) quien ha obtenido el Premio Bellas Artes de Poesía Iberoamericana Carlos Pellicer; el Premio estatal de Poesía Chiapas; el Premio de Poesía Ciudad de México y el Alejandro Arciniega para Primera Novela, con su valiosa obra poética publicada: Cercadas palabras (1979), Donde los podemos observar  (coautor, 1982), Escribo un árbol (1991), La manzana que soltó la luna (1997), Reprensión del monte (1997), Corazón del sueño (1998) y Corazón del sueño (2007), entre otros títulos.

 

Como sucede con las obras clásicas si entendemos lo clásico lo que resiste el paso del tiempo y por eso decimos se escribe para el invierno, o trae ropa de invierno, hay por lo menos dos modos de leerlo: uno es entresacando las lexías más significativas libres de su noción de conjunto: “Sé uva madurando entre mis hüesos”,  “Hay guitarras y pétalos dormidos/ en tu cuerpo…”, y otro es admirando su ser parte del conjunto, pero que no en todo momento, no siempre, llega a ser solución de continuidad perfecta entre fondo y forma, hallazgo sostenido a perpetuidad, emoción de lograr el todo en el todo. Porque el soneto que es la forma hoy elegida por Falconi, encierra ese gran riesgo en que lo ideal tendría que estar por encima de todo, para dejar de reflejar que lo perfecto es enemigo de lo real.

 

La combinación métrica de catorce versos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos, equivale a la suerte del salto mortal en el círculo de fuego de la literatura, y se puede salir muy lastimado. No es el caso del maestro, desde luego, mas la combinación soporta sobre sí misma otro entarimado: la selección. En el soneto se cruzan los dos ejes. Es, doblegando la lógica, como la negación de la negación que equivale a la afirmación. No hay que olvidar la observación de Jakobson según la cual: “la función poética proyecta el principio de equivalencia del eje de la selección sobre el eje de la combinación”. El soneto más perfecto del conjunto es el IV, que da nombre a los demás: “Flores Pánicas”, utilizando la rima renacentista ABBA con un manejo de rima interna adicional para el segundo cuarteto, y el primer terceto, y culminando la reflexión en participios que es como si partieran el mundo en dos, los dos que se aman, sufren, se enfadan y finalmente, huyen de esta vida:

 

Los óxidos de Dios en dos caídos

de las pánicas flores de tu risa.

Mirad las iras idas de los idos.

 

 

De los demás sonetos, cabe resaltar el tono intenso, a veces ocultista o hermético mas sin perder de vista al signo, la poesía: “Entrar con la frescura de la tarde/ en el misterio de este viaje ästral”. Y es que en estos ensambles de sonoridad y de relojería, Falconi acude a saciar en tanto poeta, “la sed de sedes del amor solar”. El que más se me ajusta en lo personal es el IX, “Este es mi cuerpo, manantial del agua”. Pero tendrían que leerlo. Que acomodarse ahí donde el poeta eleva: “Fue tu piel en mi piel región de espuma”, para asumir que su osamenta es amuleto bajo el sol doliente. Y dice: “besa la luz al pairo del desierto.// De polo a polo de tu cuerpo incierto/ camina por la línea evanescente;/ se yergue enamorado mi esqueleto”. Entregarse al soneto es compromiso o cita con el tiempo. No es fácil detectar hasta qué punto del mismo se logrará llegar con el ardor que eriza un corazón enamorado. Difícil de prever desde esta orilla, en que se vive todavía “Antes de la Danza”…
 


Poemario colectivo intitulado "Antes de la Danza", en fotografía de Rodrigo Falconi Vizcarra.

lunes, 15 de abril de 2013

La noche y la Calle



Paréntesis

La noche y la calle de Refugio Pereida

José Falconi
Jose Falconi y Refugio Pereira


En De noche, una calle Refugio Pereida funda una urbe poética habitada por los símbolos del deseo, el amor, la soledad y la muerte. Estos símbolos deambulan encarnados en personas, animales, elementos de la naturaleza e insectos que se confrontan, se confunden, se reúnen y se separan construyendo destinos personales y paradójicamente colectivos que es señal, cifra, santo y seña de una triste realidad: la vida en sus múltiples expresiones es a fin de cuentas una mascarada febril, carnavalesca, tal vez tan sólo fantasma o espejismo de lo que tendría que ser una vida a la altura de la imaginación humana y de los recónditos misterios de la realidad, tal como querían los poetas surrealistas.
Entrampados en el reino de la necesidad, los seres humanos nos hemos apartado de nuestra naturaleza adánica —donde mora nuestra capacidad de poetizar— y hemos negado el mandato más alto que la Naturaleza (con N mayúscula) nos ha confiado: cuidar la maravilla y la diversidad del mundo para evolucionar junto con él. Enajenados por las supersticiones que el mundo del poder, el éxito, el dinero, nos ofrece, hemos dejado de comprender de qué tamaño es el desastre que nos hemos construido y heredado. La poeta Refugio Pereida parece decirnos que el desastre de la realidad que nos circunda sólo puede darnos tregua cuando ejercemos nuestra soberanía corporal; el derecho —que debiera ser irrestricto e irrenunciable— al ejercicio de nuestra sensualidad y sexualidad bajo el pulcro bostezo de la noche.
La poeta Refugio Pereida en De noche, una calle funda una ciudad poblada de sonidos y silencios. Es decir, de un ritmo poético que recuerda canciones de incunables sonidos, de danzas al medio día o de una lengua vagabunda o rumor de sorgo que cae y lo hace con las palabras que se ocultan detrás de las voces cotidianas. Detrás de los frágiles nombres de las cosas, los hechos, las emociones del mundo, si bien observamos, si indagamos como detectives adánicos que quieren ver más allá de la apariencia de la realidad, encontraremos las lianas rotas de tu mano en mi mano; es decir, la potencia poética que unifica la realidad objetiva y subjetiva: las otras palabras, las que son capaces de erotizar el retrato de un suicida trepado en su silencio.
De noche, una calle es un intenso libro escrito con maestría en sus decires, en que el tema, contrario sensu a lo que sucede en buena parte de la poesía que en estos tristes tiempos se escribe, si cuenta, y en mucho: el tópico nodal de este libro es el de la resistencia y reafirmación de la condición humana y sus númenes creativos. Resistencia y reafirmación ante una realidad que pervierte la condición primigenia del ser y enajena su capacidad de hacer el mundo más amplio y luminoso. Un mundo desquiciado por las acechanzas, desvaríos y perversidades de los poderes políticos, económicos, religiosos y aún culturales que quiebran el amor, desarman el deseo y promueven no la hermandad sino la complicidad.
Hace apenas unas cuantas noches, en una calle de la colonia San Rafael vi un grupo de enanos que habían sacado a pasear a sus sexos bajo la lluvia y en la esquina de esa misma calle me encontré al Che Guevara y a Manuel Acuña, sentados en la banqueta, tomándose una cervezas y leyendo los poemas de Refugio Pereida, poeta que tanto admiro…
De noche, una calle, Refugio Pereida Editorial Praxis, 2002 70 pp.
Paréntesis



martes, 16 de octubre de 2012

Primer Festival Escolar Cervantino en Villas del Real, Tecámac.
13 de octubre de 2012.
 
En una tarde en que la lluvia hacía más clara la voz
 
 
A lo lejos, van llegando Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza. ¡Bienvenidos!

El poeta José Falconi con un poema da la bienvenida en compañía de Alejandro Mester, Luis Manuel, Marisa D´Santos, José Vicente Anaya, Refugio Pereida, José Luis de Gante y Leonel Aguilar
Feliz por haber articipado en el
Primer Festival del Libro de la Universidad Autónoma de Hidalgo


 
Antes de la danza
 
Después de la irrepetible alquimia, a cuatro patas
—y con nuestra vista cansada de aguardar el momento de la
salida—
comprendimos la inmensidad
con el temblor de un tamiz más hilacha que mar.
No sabemos que no sabemos,
pero avanzamos lentamente
porque hay un rumor
en algún tiempo de nuestro olvido.
Este camino toca con sus navajas de luz el horizonte,
miles de animales dan sus tambaleantes pasos
y vuelven el rostro para reconocer su primera memoria.
La fronda se frota contra el cielo,
el mundo es un cascabel de mármol
dispuesto a darle música a las criaturas,
a sus extremidades y torpezas.
«¿Dónde estamos?», se pregunta el oleaje.
Un remolino de sal y agua desfallece ante la duda.
¿Acaso habrá alguien que ya conozca esta historia,
se coma su propia sombra y no transpire soledad?

II
No era conmigo el pleito,
pero empecé a enfrentar la vida.
Agua, mañana, cerilla, pelo, huesos,
tiempo, equivocación
dibujaron la silueta y la costra en la que me escondo.
Hice de cuenta que era un viajante
aprendiendo a hacer collares de hojas secas
y nudos de azúcar.
Escuché a los demás
porque hay que escuchar el corazón del Universo
y conocí mi miedo,
conocí mi euforia,
conocí la maldad de mis manos;
quise cortarlas, pero conocí la nobleza y las perdoné.
De no haber sido así, lo juro,
te las habría ofrecido a la vinagreta,
porque sé que te gusta mucho ese guiso.
Y porque te amo tanto.

III
No debemos adelantarnos en la dramaturgia;
sujeto, verbo y predicado,
sujeto, verbo y predicado.
A quién le importa el orden
si estamos en medio de una broma
donde la diversión
es el juego entre la violencia
y la ingenuidad.
De una forma o de otra están muriendo las flores,
está muriendo el hombre,
muñeco de madera frente al fuego.
Hemos perdido —lo decía José Francisco Zapata—
cuando una anciana pide limosna.

IV
¿Qué te dije de las zonas arqueológicas?
Ah, que en ellas encontramos
esplendores y misterios fuera de nuestra comprensión.
Pensamos que nuestra piel es la única a la que le crecen fisuras.
Los otros dolores son piedras de ríos lejanos.
Te lo digo ahora,
a estas alturas del peñasco,
cuando soy un árbol yermo
aferrado al quejido del abismo.

V
Las tormentas se divierten,
perforan la tierra con sus sueños.
Él, tortuga del arenal, movió su cabeza en un 20 por 30;
en su primigenia caminata
dejó que el vocablo del apareo
agitara sus sonajas de viento:
«Salí, tortuga del arenal.
Salí, salí, que te quiero hablar».
Los músicos del océano descendieron de su hamaca.
Los viajeros se arrojaron a las olas
y danzaron bajo el sol,
los hornos apretaron entre sus llamas la charcutería,
las ceibas aplaudieron emocionadas.
Ella, con su temperatura de viento marino,
una tarde en que dormían todas las algas,
vio a los músicos del océano descender de su hamaca,
a los viajeros que se arrojaron a las olas
y danzaron bajo el sol,
observó a los hornos que apretaron entre sus llamas la charcutería,
a las ceibas que aplaudieron emocionadas
y como arrecife de coral, lentamente, floreció.

VI
Múltiple lengua de las paredes
haz que se detenga tu eco de cenizas y cal;
pide que llegue él con su mirada de ocelote.
Canto de las ramas
que se pronuncie tu consejo amoroso,
te lo pide la roca,
te lo pide el humus,
hasta mis labios de vinagre lo suplican.
Inasible sombra, muévete de este sitio espeso.
Y tú, calandria,
haz de esta caverna un instrumento melodioso
que haga hervir las hojas del sauce,
levanta sueños como pizca de algodón
y luego deposítalos en el sexo de los gatos ciegos.
A todos los nuevos árboles,
a todos los viejos caminos
se los digo:
Su sangre es el sonido acelerado de un violín
que hace bailar a la linfa del crepúsculo
y a su criatura consentida, que soy yo.

VII
Estos animales toman agua en el mismo río,
juegan en el mismo soto,
escuchan el canto del cenzontle,
¿por qué han de pelear tanto?



VIII
Antes de la danza
en las calles había espejos imperfectos,
fárfaras sobre paredes infinitas;
multiplicados en el temblor de la hojarasca
se hallaban rostros de papel.
Éramos habitantes de una ciudad perecedera
donde un niño compraba con monedas de chocolate
un poco de distracción
y dejaba que pasara el viento entre sus manos.
Se extendía en el murmullo de las tiendas
una red de voces desconocidas;
la historia nacía como un sargazo de tréboles.
Fue cuando un osario incipiente jugaba con sus llamas.
Éramos apenas semillas caídas de un costal roto transportado
por Esperanza,
esa joven que murió
dejando cientos de herederos desconcertados.
Lo mismo nos daba comer manzanas que tierra, que peces,
nuestra lengua estaba quemada por el tabaco.
Fueron tiempos
en que el agua brotaba sin que nadie se diera cuenta que había
sucedido un milagro.
Cuántos cantos rompían vidrios y nadie escuchaba ni el eco de
sus pasos.
Toda la gente hablaba y hablaba para decir que el clima era bueno,
que la carne de perro era parte de la canasta básica
y huían los perros porque su inteligencia no estaba al margen
del suicidio.
Entonces un oleaje encontró en su propio cuerpo
caracoles destrozados;
con ellos escribió sobre las rocas
los gestos y los amores de los árboles.
Entonces aprendí a leer el movimiento y el deseo
de mi propia naturaleza.